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Conté mil historias esta noche.
Sudorosos los dos de tanto día vivido,
ya insoportable la espera de
su magistral llegada.
¿Cuándo será?
¿Cómo será?
Desapoderada
de todos.
¡Caliente! No, ya dejó de ser amor.
Y con el azul, desaparece la
luna.
Suicida y desamparada como yo.
Abrumada de estrellas que saben brillar.
Igual que yo.
Mejor que yo. Irrepetibles,
como vos.
Y lo verde de la putrefacción, de la carne
deshuesada de tu encía y el olor a
sabiduría de tu vientre. Y la sangre corrompida
por tu astucia y el sabor a resurrección
del flujo ocular. Restos inmaculados
de tu soberanía infernal.
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Cada vez que hablo:
vómito.
Desprecio por vos y por tu raza podrida.
Desamor justiciero.
Nada cambiará el futuro
nada solucionará
el todo en el que algunos
se ahogan.
Porque ahogarse es un dilema inentendible:
Si no me hundo, me desencuentro entre tanta gente.
La masificación de los extraños sonidos inhumanos,
el ritual de los perdidos.
Cualquier cosa es
capaz.
La sabiduría es momentánea,
de todos.
No ayuda
saber.
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Yo lo desconozco, ¿ustedes saben algo?
Frente al elixir y lo blanco
de la vida.
Mí.
Deshinibida.
Desesperada.
Destrozada.
Despedazada.
Nada.
¿Cómo se supone que debo pensar así?
Me asusta llegar y encontrar
y tomar.
Y tener.
Las dudas,
inconexas del placer.
Sabor de no
saber.
¿Alguien sabe algo?
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