Regalos inesperados

Yo nunca fui una nena simple, ni una mujer simple. De emociones complicadas, de espíritu quebrado y de mimos equivocados, esa sí fui yo. Por eso nunca había entendido que la magia existía.Ella era una nena simple, de emociones simples. De caricias tiernas, abrazos fuertes y mimos grandes. Su simpleza era el fundamento de su belleza.
Un domingo lluvioso tomó un papel y, sin descanso, lo cubrió de corazones. Con paciencia y con esmero fue recortando diez, veinte, treinta, cuarenta corazones. Yo la miraba y la miraba, intrigada, con ternura y asombro. ¡Qué pasaría por su mente resguardada bajo esos rulos castaños!
Uno por uno les fue dibujando un par de ojos, nariz y boca. Personificando así su amor.
-Cuando no llueva, me vas a llevar con la bici y se los vamos a repartir a todas las personas.- imperó. Con una mezcla de desconcierto y otro poco de cansancio, respondí que sí a su pedido creyendo que probablemente lo olvidaría.
Pero, sin embargo, al volver de la escuela al día siguiente, ella no lo había olvidado. Existía tal firmeza en sus palabras que logró convencerme. Salimos pues: ella, paseando en su bicicleta; yo, paseando con mis problemas.
-¡Allá mamá! ¡Allá hay un señor!
Y ¡pum! El hombre había pasado de ser un simple señor, a un señor con un corazón y medio.
-¡Dame otro mami, apurate, vení que se va esa chica de allá!
Mami no pudo alcanzarla así que la chica siguió caminando dejando atrás una nena con su corazón en la mano.
Pero ella, que no flaquea, lejos de frustrarse o abandonar su misión, siguió pedaleando y pedaleando, repartiendo y repartiendo.
-¿Sabés lo que yo te quiero?- alcanzó a contestar un hombre mientras se apoyaba en su bastón.
-Es el gesto más hermoso que me hicieron hoy.- le contaba otro que tampoco, como yo, se había enterado de que la magia existía.
Y así los corazones fueron adoptando dueños.
Finalmente, cuando no había más corazones porque ya había repartido todo su amor, se acercó y me dijo:
-Mamá, ¿sabés una cosa? Soy feliz.


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